El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la bomba atómica “Little Boy” sobre Hiroshima, causando más de 70.000 muertes inmediatas. Aunque la versión oficial sostiene que fue para forzar la rendición de Japón y evitar una invasión terrestre, existen razones menos conocidas que influyeron en la decisión. Entre ellas, el trauma de la masacre de Manila, donde más de 100.000 civiles filipinos fueron asesinados por el ejército japonés, y la resistencia suicida en Okinawa, que dejó miles de muertos y convenció al alto mando estadounidense de que una invasión sería devastadora.
Más allá del fin de la guerra, el ataque nuclear estuvo marcado por traumas bélicos, presión política y demostraciones de poder
Además, el uso de la bomba fue una demostración geopolítica hacia la Unión Soviética, en el inicio de la Guerra Fría. Algunos asesores de Truman propusieron una detonación de prueba en una zona deshabitada, pero se descartó por temor a que no impresionara lo suficiente. La bomba también sirvió para justificar los miles de millones invertidos en el Proyecto Manhattan, y consolidar el liderazgo militar de EE.UU. en el nuevo orden mundial. A 80 años del ataque, Hiroshima sigue siendo símbolo de las consecuencias extremas de la guerra y del poder destructivo de la tecnología humana.