China, la segunda economía más grande del mundo, enfrenta una desaceleración estructural. Tras décadas de crecimiento basado en la inversión en infraestructura y exportaciones, el modelo muestra signos de agotamiento. Empresas del sector inmobiliario están en crisis, y el desempleo juvenil ha alcanzado cifras récord.
En respuesta, el gobierno chino impulsa un cambio de estrategia: fomentar el consumo interno, aumentar la productividad e invertir en sectores tecnológicos como semiconductores, inteligencia artificial y vehículos eléctricos. También busca atraer inversión extranjera con incentivos fiscales y desburocratización.
Menos construcción, más innovación y consumo interno
Sin embargo, el proceso es complejo. Muchos ciudadanos ahorran más de lo que gastan por temor a la inestabilidad laboral. Además, la creciente tensión geopolítica con Estados Unidos complica el comercio exterior y la transferencia tecnológica.
A pesar de los desafíos, China sigue creciendo, aunque a un ritmo más lento. Las autoridades buscan mantener un equilibrio entre control estatal y apertura económica, algo que no siempre resulta sencillo. Si logra la transición con éxito, China podría convertirse en una economía basada en la innovación y el consumo, menos dependiente del exterior.