Los Juegos Olímpicos y los Mundiales de fútbol no son solo celebraciones deportivas: son escenarios donde se proyectan las tensiones geopolíticas del planeta. Desde los boicots de la Guerra Fría entre EE. UU. y la URSS hasta la exclusión de delegaciones por conflictos bélicos, estos eventos han sido utilizados como herramientas diplomáticas y símbolos de poder. En París 2024, por ejemplo, atletas de Rusia y Bielorrusia compiten bajo bandera neutral debido a la invasión de Ucrania. También se han registrado protestas por la participación de Israel, reflejando el conflicto con Palestina. El deporte, lejos de ser apolítico, se convierte en un campo de batalla simbólico donde se negocia influencia y legitimidad.
Entre boicots, rivalidades y poder blando, los grandes eventos deportivos revelan el pulso geopolítico del mundo
Además, el medallero olímpico y la elección de sedes revelan dinámicas de poder blando. Países como China y EE. UU. compiten por liderar el medallero como muestra de supremacía global, mientras naciones emergentes como Qatar o India buscan visibilidad internacional organizando eventos. Incluso el recorrido de la antorcha olímpica ha sido usado para reafirmar soberanía territorial en zonas en disputa. En este contexto, el deporte se transforma en una narrativa geopolítica que combina espectáculo, diplomacia y estrategia. Cada medalla, cada sede y cada himno entonado en el podio cuenta una historia más allá del deporte.